Hola a todos y todas.
En un mundo cambiante como el que vivimos casi nadie habla de perseverancia. Hay que cambiar, hay que ir en nuevas direcciones, porque los tiempos cambian, la ciencia avanza, la historia no se detiene.
Todo eso es cierto, pero incluso para hacer posibles los cambios, debe haber personas perseverantes.
Para ganar una competición deportiva, los equipos deben continuar adelante a pesar de todas las dificultades que encuentran en su camino. Para conseguir un logro científico, los estudiosos deben trabajar durante años sin abatirse por los fracasos. Para alcanzar el éxito en cualquier aspecto de la vida, bien sea en los estudios, en aprender un idioma, bailar o tocar un instrumento musical, o bien en conseguir y mantener un puesto de trabajo, hay que hacer un gran esfuerzo. Y, además, un esfuerzo prolongado en el tiempo; y esto es perseverancia: mantenerse en el esfuerzo sin desfallecer durante un largo período de tiempo.
Perseveran los deportistas, perseveran los políticos, perseveran los estudiantes, perseveran los científicos, perseveran los matrimonios. Pero, claro, no todos los deportistas, ni todos los políticos, ni todos los estudiantes, ni todos los científicos, ni todos los casados. En proporción a los aproximadamente siete mil millones de personas que hay en el mundo, los que perseveran son relativamente pocos.
La gota de agua no tiene fuerza para hacer un agujero en la piedra, pero si perseverancia. |
Por otra parte, la velocidad de cambio, los logros tecnológicos, nos han abocado a un mundo que lo relativiza prácticamente todo. Da igual no cuidar las cosas, porque nos sale más barato comprar una nueva que reparar la vieja, ¡y no vieja!, que no les da tiempo, pues la vida util de las cosas se ha reducido considerablemente, y lo que antes era "para toda la vida", hoy no dura más de quince años. Y, si hablamos de tecnologías, máquinas y aparatos, tenemos que reducir aún más este número. Un ordenador dura como mucho cinco, un móvil tres años, y así casi todos los aparatos eléctricos o electrónicos.
Hemos pasado de mirar las cosas como algo permanente a verlas con "fecha de caducidad cierta". Y eso también ha influido en nuestro modo de ver el mundo. Con el aumento de nuestra expectativa de vida, de nuestras posibilidades de viajar, y con los constantes avances científicos nos hemos dado cuenta de que lo que hace cien o cincuenta años nos parecía una verdad absoluta, ya no lo es. Hemos sido capaces descubrir que lo que antes parecían endemoniados, eran simplemente enfermos de epilepsia; que los genes influyen no sólo en las enfermedades físicas y mentales, sino incluso en la orientación sexual de las personas; que la genética nos condiciona en muchos aspectos de nuestra vida...
Todo esto nos ha aumentado nuestra capacidad de tolerancia a lo diverso, lo cual es no sólo bueno sino muy bueno. Pero, por otro lado, la relatividad de las cosas nos ha llevado a que esa tolerancia se convierta en un cierto permitivismo que nos lleva a pensar que ya todo vale, y si no vale ahora mismo, dentro de dos días, como quien dice, va a valer.
También nos encontramos con el hecho de que se ha convertido en habitual el pensar que, aunque algo no sea correcto, "mientras no te pillen", como lo hacen muchos, lo puedes hacer. Y, si otros lo hacen a gran escala, ¿por qué no lo voy a poder hacer yo en la pequeñita escala de mi vida diaria? Porque, no son cosas malas, es "picaresca", por ejemplo, coger más bolsitas de mayonesa o ketchup del que necesito para mi hamburguesa no es robar, evidentemente, es ahorrar. Pero habría que preguntarse ¿es correcto hacerlo?, o ¿al final, pasado un año, voy a tener que tirar aquellas bolsitas que cogí y que después, ni siquiera he utilizado?
Esta perseverancia en el bien hacer es la más difícil. En ella decía san Felipe que estaba una de las claves de la vida cristiana. Porque todos somos buenos a la hora de hacer propósitos, a la hora de empezar, incluso, a exigirnos a nosotros mismos más de lo imprescindible; pero, en cuanto vemos que otros viven tan bien haciendo lo que no es correcto, pensamos que ¡qué más da!
El Padre Tejero decía que la perseverancia había que proponérsela a uno mismo, y que había que pedírsela a Dios. Que ni la cuarta parte de cuantos hacían buenos propósitos perseveraban en ellos.
Buscar un rato para estar con Dios, y perseverar en ello. |
La clave está en preguntarnos a nosotros mismos, y a Dios, ¿dónde hay más amor? ¿dónde hay más respeto por mi mismo, por los demás, por el mundo?
El Padre Tejero también decía que pidamos a Dios el don de la perseverancia, que es el que corona todas nuestras buenas obras. ¿De qué me sirve hacer dos días de régimen, si al tercero vuelvo a las andadas?, ¿de qué pararme cinco minutos para estar a solas con Dios durante dos días, si al tercero ya no encuentro tiempo?
Me diréis... "¡De algo servirá!", y es cierto, siempre es mejor dos que nada, pero ¿no sería mejor perseverar en el encuentro con Dios cada día?, ¿no sería mejor para cada uno de nosotros, para nuestras familias, para cuantos tenemos cerca, e incluso para los que tenemos lejos, que perseveráramos en lo que conocemos que es bueno, que es sano, que nos ayuda a ser mejor personas, que nos ayuda a hacer del mundo un lugar mejor donde vivir?
Porque, al final, siempre llega un final, y entonces, cuando recorramos el arco de nuestra vida, ¿qué encontraremos?, ¿podremos estar satisfechos con nosotros mismos?, o nos encontraremos con que hemos desperdiciado un montón de tiempo haciendo cosas que ya estaban hechas, o que no había necesidad de hacer y nos hemos olvidado de hacer las cosas que eran imprescindibles?
La perseverancia es una virtud muy filipense. Las religiosas, incluso pedimos dos veces cada día al Señor, que nos conceda la perseverancia, no sólo en la vocación, que también, sino en el bien, en las buenas obras, en los buenos propósitos.
Pidamos al Señor que nos dé la perseverancia.
Hoy os invito a escuchar la canción "La Certeza", de Cecilia Rivero; porque para perseverar no hay que ser un gran héroe, no hay que tener todo a favor, sino que hay que dar un pequeño paso cada día, sin dejar de darlo.
Y eso podemos hacerlo todos con la ayuda de Dios.
Disfrutad de la canción.
La certeza no está tanto en las penas que quebrantan,
sino en soles que nos llegan
y calientan la esperanza.
La certeza no está tanto en la actitud que no se alcanza
sino en pasos que en la vida
nos mantienen en la danza.
La certeza no está en ver lo que duele la distancia
cuando queda en evidencia que estás lejos,
que hay nostalgia.
El gozo está en saber que apareces en mis horas
y tu voz, de vez en vez,
se entrevera en mis mañanas.
La certeza no está tanto en las ausentes libertades
o que estalle en un quebranto
la muerte en sus andares.
Lo cierto es que tu aliento nos inspira en la trinchera,
en el tinte colectivo
que ya cimbra las aceras.
La certeza no está tanto en constatar las soledades
que sorprenden nuestro espacio
cosechando austeridades.
Lo cierto es la memoria que perdura en cada brasa,
al tocar que nuestro espacio
es profundo y habitado.
La certeza es esa gracia de sentir que, encaminada,
soy amada, soy fecunda,
soy proyecto, soy humana.
Y la única razón, la razón de mi existencia,
es ser amante, ser fecunda,
ser proyecto, ser humana.
Si nos sabemos amados, nos sentiremos seguros y caminaremos perseverantes. No olvidéis, que después del mes de mayo, el mes de María viene el mes de junio, el mes del Sagrado Corazón, que nos recuerda que el amor que Dios nos tiene nos apoya en todo lo que hacemos y nos ayuda a levantarnos cada vez que caemos.
¡Feliz mes del Sagrado Corazón!