lunes, 27 de diciembre de 2021

NAVIDAD

 Escucha este capítulo en nuestro Podcast "Enclave de FI"

Hola a todos.

El otro día, viendo los anuncios de la tele, sentí mucha pena. Se habla de Navidad pero no del nacimiento de Jesús, no de Dios. 

Por Navidad hay que hacer bien las cosas, y todo tiene que tener mucha luz, pero lo que nos convence para ir a casa de alguien es que nos den cupones para sorteos; los niños ahora resulta que son "elfos", porque hacen magia, pero no porque hagan cosas buenas o visiten al Niño en el portal, sino porque sus padres eran elfos el año pasado y les regalaban cosas, y este año parece que les toca a ellos. 

La Navidad, según la tele es recibir muchos, pero que muchos regalos; y también hacerlos. Y, si ya no sabes qué regalar, pues una colonia, que por anuncios no será. 

Por otro lado, están los que viven con miedo (bueno, lo dicen con otra palabra que no voy a repetir ahora), y los que están dispuestos a pasar de todo y nos dicen no nos importen los contagios ni nada, sino sólo volver a lo que había antes. Y el número de contagiados creciendo, y los políticos sin ponerse de acuerdo, que parece que nunca vamos a saber qué hacer, ni qué es bueno ni qué malo.

Además, es gracioso, pero este año la Navidad empezó en octubre, incluso antes del Adviento. Lo importante es divertirse y pasárselo bien. Incluso si hay que hacerlo antes de tiempo. 

Las reuniones familiares son para cumplir un guión; un guión que lleva años y años siendo el mismo, por lo que dicen, pero que ha perdido su sentido y hay que cambiar, porque ya no vale, ahora dicen que hay que ser espontáneos, como si muchas veces el problema no fuera que somos tan espontáneos que perdemos el respeto. Pero al final, ese problema de las reuniones nos ha dejado sin tests Covid, y a muchos sin reunirse por haberse contagiado. 

La verdad: es un lío de Navidad. 

La buena Navidad es, según nos dicen subliminarmente, la Americana, imagino que será porque, como no dicen Navidad, sino Christmas...

Y, como los Reyes Magos resulta que sólo vienen a España..., pues ahora hay que cambiarse a Santa Claus, imagino que para darle más trabajo, porque es el que visita más países.

Después de varios días meditando sobre esto, el pasado fin de semana por la tarde llegué a la capilla diciendo: ¡Vaya!, ¡Señor!, le están quitando el sentido a la Navidad para que nuestros niños no lleguen a reconocerla. 

Estaba realmente preocupada, de verdad. 

Pero mirando al Señor en la Custodia que reserva el Cuerpo de Jesús, volví la mirada al Portal de Belén, y parece que el Señor me decía: ¿Te preocupas porque haya muchos que no creen en mí?, mira cómo nací, ¿cuántos se enteraron de mi nacimiento?, sólo los pastores. Y mira que incluso hubo señales en el cielo que las vieron hasta en la corte de Herodes. Pero sólo unos cuantos se enteraron y vinieron a verme. Y allí estaba yo: el Dios que había creado el cielo, el Dios que había hecho habitable la tierra para seres que fueran semejantes a mí, para amarles y permitirles unirse a mí. 



Parecía que el Señor me quería dar a entender que Él ya sabe que siempre van a ser pocos los que se enteren de su mensaje, de los deseos de Dios. 

Después, en la misa del Gallo (o del pollito, pues fue a las siete y media de la tarde), vi que aún hay quien acude a celebrar la Navidad con Jesús.

Nuestra congregación y familia Filipense Hijas de María Dolorosa es una familia pequeñísima dentro de la Iglesia, y podemos hacer muy poquito en nuestro apostolado. Pero, sin aceptar esta llamada de Dios a la humildad, el otro día yo quería levantar la voz por encima de las televisiones y gritar: ¡Que no os enteráis!, ¡que no es así!, ¡que los niños no son elfos!, que son niños inocentes, pequeños pastores que pueden descubrir al Señor en el portal y adorarlo; ¡que las fiestas de Navidad son para ir a ver a Jesús y dejarle entrar en nuestro corazón! 

Que es por Jesús, Dios hecho débil Niños, por lo que nos reunimos. Para adorarle juntos en un Belén, porque Jesús no se subió a un árbol para nacer (aunque imagino que se subiría algunos años después, como todos los niños hemos hecho alguna vez); sino que nació pobre, fuera de la ciudad, como tantos emigrantes a los que ahora no dejamos pasar, ni a nuestras casas, ni siquiera a nuestras televisiones, para que no puedan entrar en nuestros corazones y les dejemos sitio, como han hecho tantas familias polacas con las luces verdes en sus ventanas.

Sabíamos que la pandemia cambiaría el mundo; y, de hecho, lo ha cambiado. Pero no dejemos que cambie nuestros corazones, no dejemos que nos vuelva ciegos a las señales de Dios. 

Cuando desde las instituciones no se promueve la fe, las familias cristianas cobran un papel más importante. 

¡Dios hace su labor!

Creo en Dios, luego me fío de lo que hace y de lo que permite. Él sólo sabe todo, y es el más interesado en que la historia de la Salvación termine bien. Y, si aún no está bien, es porque aún no ha terminado.

El día 26 celebrábamos el día de la Sagrada familia, y recordaba entonces cómo en todos los tiempos de persecución de la Iglesia, -o sea en todos los tiempos, porque la Iglesia siempre ha sido perseguida por unos o por otros en todo el mundo-, han sido las familias cristianas las que han mantenido la fe. Han sido los matrimonios cristianos (muchos o pocos) y los creyentes (muchos o pocos) los que han ido dando testimonio auténtico de lo que es ser cristiano, como decía el catecismo: "Ser discípulo de Cristo".

Han dado testimonio ante sus hijos, han dado testimonio ante las autoridades, han dado testimonio ante sus vecinos increyentes. Y, poco a poco, han conseguido con sus vidas y hasta con su sangre en muchos casos, que la presencia del Reino de Dios, que comenzó en un pobre portal con dos creyentes (María y José), haya ido creciendo, como la semilla de mostaza, en el mundo. 

¿Que no todos son creyentes? Yo sí.

¿Que quieren que los niños sean elfos y no pastores? Yo no.

¿Que quieren que la Navidad sean sólo regalos y luces? Yo quiero, y eso enseño a mis hijos, o a mis vecinos, o a mis compañeros, etc., que sea amor, generosidad y paz.

¿Que no saben que Navidad significa Natividad, nacimiento; y que lo que no sólo recordamos, sino revivimos cada año es el nacimiento de Dios como ser humano? Yo sí lo sé, y no voy a celebrar las luces o los regalos, voy a adorar al Niño que es Dios, que cada año renueva su nacimiento para salvarnos, para unirse completamente con nosotros.

Y, para adorar a Jesús necesito poca cosa: preparar mi corazón y abrirlo a su llegada. Dejarle entrar en la celebración eucarística y unirme directamente con Él. 

¡¡¡Habrá algo más grande!!!

¡¡¡Unirme completa y directamente con Dios!!!, verle en un niño recién nacido y agradecerle su generosidad, su amor por mí y por todos. 

¡¡¡Dejarme amar por Dios!!!

Eso hará que esta Navidad, aunque hayamos tenido cena o no la hayamos tenido, aunque recibamos visitas o no las recibamos, aunque nos hagan regalos o no nos los hagan, sintamos la alegría del Nacimiento de Dios en nuestros corazones.

Eso nos hará más capaces de amar a quienes no piensan como nosotros, a quienes aún no han reconocido a Dios en el Niño de Belén, a quienes tienen tristes y amargados sus corazones porque todavía no saben todo lo que Dios les ama.

Eso nos hará más capaces de vivir la alegría de las luces, dando gracias a Dios porque están encendidas cuando Él nace como pequeño niño en oscuro portal.

Más abiertos a la felicidad que contagia la Natividad y a repartirla.

Con elfos o sin elfos, Dios nace.

¡Demos gracias a Dios!

Hoy os dejo el villancico llamado "En los brazos de un carpintero", que este año han hecho en el colegio Tajamar, con la colaboración del colegio de Educación Especial Cambrils y del grupo Los Secretos. Espero que lo disfrutéis.


 ¡Dios nace un año más!

¡Muy feliz Navidad a todos!


miércoles, 24 de noviembre de 2021

FELICIDAD

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Hola a todos.

No recuerdo con quién hablaba el otro día que me preguntó dónde está la felicidad, pues yo le decía que la felicidad no depende de que no haya sufrimiento. Eso, que parece tan difícil hoy, cuando la pandemia y todo el problema económico que nos ha dejado, ha provocado que salten las alarmas ante el enorme incremento de problemas mentales, de depresiones y suicidios, así como de agresiones violentas que está habiendo.

Sin entrar a analizar, pues no me corresponde ni estoy preparada para ello, cuáles son las razones y dónde está el origen, sí quisiera compartir con vosotros sobre el tema de la felicidad desde el punto de vista Filipense.

Cuando hablé con esta persona, le contesté que la felicidad está en sentirse amado; pero cuando terminó la conversación, como siempre, mi cabeza se quedó dándole vueltas al tema, llegando a la conclusión de que me había faltado una cosa: ese sentimiento de saber que en el lugar del mundo en el que Dios te ha puesto es el lugar donde puedes realizarte y ser una persona completa.

Y, es que la felicidad no depende -lo digo por propia experiencia y por muchos testimonios conocidos- de tener todo lo que deseas, ni de estar completamente sano, ni de que quienes quieres estén sanos, ni siquiera de tener eso tan valorado hoy en día como es el ser apreciado y el poder de influir en los demás.

Durante los últimos años estamos comprobando cómo la satisfacción instantánea de los deseos sólo provoca ansiedad y más deseos, que conllevan más insatisfacción en un círculo vicioso como el que pudimos ver en la película de "Prefiero paraíso" de San Felipe Neri.

No sé si lo recordaréis, es en la segunda parte de la película, están todos los jóvenes reunidos con san Felipe; y Aurelio, el sobrino del Papa, dice que va a seguir la carrera eclesiástica y pronto será obispo. Felipe le pregunta: ¿Y después? varias veces, hasta que ya no puede ser más que Papa, y cuando llegan ahí, Felipe le vuelve a decir, ¿Y después? Como Aurelio no le contesta, Felipe le dice: ¿Después Papa? Él dice un dubitativo "Tal vez sí..." Entonces Felipe sigue insistiendo... ¿Y después?, y ¿después? Aurelio se ve obligado a decir: "¡Y después nada!, Felipe, mi vida terminará."

Algo así es lo que nos pasa hoy (como ha pasado siempre), deseamos más, y satisfacemos también los deseos más pequeños de nuestros hijos. Incluso llegamos a endeudarnos por alcanzar cosas, y siempre hay un "después" que surge: Un antojo, un traje, un coche, otro coche, una casa, otra casa, un chalé, una super-casa en una urbanización, el mejor ordenador, el móvil que tiene siete cámaras, la xbox más moderna, ...y así podríamos seguir convirtiendo el ansia de infinito del ser humano en un anhelo nunca satisfecho con las ofertas de este mundo globalizado y consumista.

Por otra parte están los que nos dicen qué tenemos que hacer para conseguir la felicidad, en esas frases filo-psicológicas gratuitas que podemos ver por las redes sociales: que si la familia es importante pero yo soy más, que si hay que quererse tanto a uno mismo que la felicidad empieza por mí; que si a partir de hoy me voy a querer un poco más, que si voy a mirar a quienes miran bien y no a quienes miran mal, que si todo lo que yo quiera lo voy a conseguir...

Nos bombardean con mensajes que dicen que si los cumplimos vamos a ser más felices. 

Por un lado los mensajes del "tener" y por otro los mensajes del "yoísmo".

Y, por desgracia, ni el tener ni el "yoísmo" traen la felicidad.

Pero Dios nos ha hecho para ser felices.

¿Entonces?, ¿por qué nos cuesta tanto descubrir la felicidad?

Creo que es precisamente por eso. La felicidad hay que descubrirla, no es sólo un deseos que se pueda satisfacer, ni un "aquí estoy yo" que me haga sentir más digno, o  más importante, o más seguro.

La posibilidad de ser felices nos la da Dios a TODOS.  El problema radica en ser capaces de descubrir y aceptar que somos seres frágiles, en todos los sentidos: físicamente podemos enfermar, económicamente podemos perder, familiarmente vamos a pasar por momentos difíciles, y así un largo etcétera que terminaría por que personalmente no somos -ni podemos ser- perfectos.

Dice M. Dolores en una carta a una de las religiosas:

"Sabes cuanto y cuan bien te quiero creo que comprenderás por esto que la principal felicidad que apetezco para ti y que pediré el domingo a Nuestra dulce Madre, es que sea una gran Santa."

¡Ahí está la verdadera felicidad!, en ser santos.

Y me diréis: ¿Cómo vamos a ser santos tal como están las cosas? Ser santos es sufrimiento, es sacrificio, es incomodidad, es lo contrario a lo que concebimos como felicidad.

Entonces tendré que deciros que estáis equivocados: que ser santos no consiste en ganar campeonatos de sufrimiento, ni en "ser el tonto" que lo hace todo, ni en ser perfecto, ni en no equivocarse. ¡No, señor!

Ser santos, ser felices, consiste en descubrir en nuestra propia vida el amor de Dios, la presencia de Dios en nuestras almas. 




Dios siempre está ahí, en nuestra alma, esos veintiún gramos de los que ya hemos hablado en alguna ocasión y que van a ser lo único que quede de nosotros tras la muerte. 

Si recordáis la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor, envidioso de su hermano, habla con su padre sobre fiestas merecidas y comportamiento perfecto. Y el padre le corrige: lo importante no es si has sido perfecto o no, lo importante es que "tú siempre estás conmigo".

Estar con Dios.

Descubrir a Dios dentro de nosotros y no separarnos nunca de Él.

Dios es el único que llena los huecos que deja la vida, las dificultades, las incomprensiones, las equivocaciones, las decepciones, la fragilidad.

Dios es lo único infinito, lo único con potencia suficiente para llenar plenamente y satisfacer a la persona, para darnos la felicidad.

Y si tenemos a Dios, seremos felices. Aunque haya penalidades, aunque el dolor, la enfermedad, la tribulación, la tentación, la soledad y todo lo que llamamos "malo" nos rodeen. 

Descubrir que nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios es la felicidad. Porque, cuando descubres que tienes LO IMPORTANTE, lo demás va perdiendo, poco a poco, importancia. Porque, cuando sabes que cuentas con Dios siempre, tu debilidad se fortalece en Él, y las debilidades de los demás se comprenden desde Él. 

Por eso no somos felices. Porque buscamos la felicidad, como diría la Biblia, en dioses de oro y plata, de metal y de barro. Yo añadiría de papel moneda y de "likes". Dioses que no pueden salvar.

Entremos en nuestras almas y descubramos a Dios allí. Y pidámosle, como en la comunión espiritual: "No permitas que jamás me separe de ti".

Entonces seremos santos. Entonces seremos felices. 

Hoy os dejo la canción "¿Quién nos separará?" de Rogelio Cabado, con el texto del apóstol San Pablo en su carta a los Romanos capítulo 8.



Seamos santos, o sea, permanezcamos con Dios, seremos felices. 









jueves, 10 de junio de 2021

INSEGUROS

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 Vivimos un mundo sujeto a cambios vertiginosos.

La inseguridad nos rodea. Lo que ahora es, dentro de dos horas cambia. La tranquilidad con que, hace poco más de un año, contemplábamos nuestras vidas y el mundo, ha desaparecido. Nos resulta difícil, si no imposible, hacer planes a largo plazo.

Nos encontramos cansados, inquietos, temerosos en muchos casos y muy preocupados cuando la situación nos ha llegado a afectar en nuestro trabajo, medio de vida, salud, familia...

La ansiedad, la depresión y la tristeza se han colado en nuestras vidas.

¿Cómo es posible que un simple virus nos haya afectado tanto?

Pero estoy convencida de que, si nos ponemos a pensar, no se trata sólo del virus. Si fuera sólo eso, la llegada de las vacunas y su distribución, habrían calmado las cosas. 

Es algo más profundo, más doloroso y que está afectando, no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo, a la estructura misma de la sociedad globalizada.

Hace ya más de cuarenta años, tuve una conversación con mi padre en la que él decía que estaba comenzando un cambio de Era. 

Según el diccionario de la Real Academia, "Era" es un extenso período histórico caracterizado por una gran innovación en las formas de vida y de cultura.

Me explicaba que el paso de una Era a la siguiente no era rápido, sino que duraba entre cincuenta y cien años, así que estábamos en el surgir de nuevas formas de vida y cambios en las costumbres.

Imagino que los historiadores nos sabrían decir más cosas analizando la decadencia de las distintas culturas que han sido predominantes en la historia de la humanidad, y que comparten una serie de características, así como la disolución de los límites de lo aceptado socialmente y la, por desgracia, normalización de la violencia en todos los aspectos de la vida.

Estos cambios se están dando en nuestra sociedad, y de forma más acelerada desde el comienzo de la pandemia del Covid-19, que lleva tiempo diciéndose ha podido ser provocada deliberadamente para intervenir en el juego global de poderes dominantes.

Pero el cambio ya había comenzado antes, mucho antes. Al menos hace cuarenta y cinco años. Un cambio que ha venido con adelantos en las máquinas, en las comunicaciones, en la medicina, etc. y que nos ha hecho (como a todos los pueblos de la historia), creernos poderosos, superiores a la naturaleza que habíamos empezado a controlar; y que ha tenido como consecuencia que olvidáramos nuestra fragilidad, nuestra condición de criaturas.

Inseguridad es una de las palabras más utilizadas últimamente, incluso en la predicción meteorológica. Una inseguridad que invade todos los aspectos de la vida personal, familiar, social y política; una inseguridad que, en muchos casos, se convierte en temor. 

Y es que no estábamos acostumbrados a temer. 


Pero, ante la inseguridad, ante los cambios, ante el temor, también vivieron nuestros Fundadores: 

Madre Dolores supo lo que era la pérdida de la fortuna por causas políticas y por causas físicas: lo vivió en el exilio y la enfermedad y muerte de sus padres; lo vivió cuando la revolución le hizo sentir cómo cruzaban las balas por encima de su cabeza...

El Padre Tejero también experimentó pérdidas importantes desde muy temprana edad: su madre muere cuando tiene tres años, su padre lo manda con su tío al otro "extremo del mundo" (más de veinte días de viaje). Después vivió el exilio y la enfermedad hasta sentir muy próxima la muerte...

Pero ellos tenían su fe arraigada sobre roca. Estaban anclados en Dios. Confiaban en el amor incondicional de Dios, y en Él ponían sus esperanzas, pasara lo que pasase.

Eso les permitió vivir los avatares de la vida con paz, con una paz que sobrepasa todo temor. Porque habían llegado a la conclusión de que nada es tan importante como estar anclados en Dios, a quien sentían que pertenecían y por quién se sabían protegidos, sobre todo en esos 21 gramos que van a abandonarnos en el momento de la muerte y que van a ser lo único que quede de nosotros.

El alma, esos 21 gramos que dicen los científicos que abandonan el cuerpo a la hora de la muerte, es lo que hay que cuidar, por lo que hay que preocuparse.

Y eso está en manos de Dios. 

Madre Dolores y el Padre Tejero lo tenían claro: "Estamos en manos de Dios". 

Y, como diría san Pablo: "Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... En todo esto vencemos por aquel que nos ha amado".

Creo que son suficientemente claras las palabras de san Pablo: "En todo vencemos por aquel que nos ha amado."

El problema hoy sería saber si alguien se siente en manos de Dios.


Decimos que estamos en manos del gobierno de turno, o de las multinacionales, o de las empresas farmacéuticas, de las eléctricas, del Covid... pero nos olvidamos de Dios. 

Y, si nos sintiéramos realmente en manos de Dios, nos importaría poco estar en manos de quién fuera;  aunque fuese nuestro peor enemigo, aunque sufriéramos hambre, enfermedad, desnudez, peligro, espada, nos importaría poco realmente, pues sentiríamos siempre a Dios con nosotros, y tendríamos su consuelo, su fortaleza, su luz, su sabiduría y todos sus dones para mirar de frente la vida y saber que este mundo pasa, que sólo Él permanece y que sólo en Él permanecemos nosotros.

Arraiguemos nuestras almas en Dios. Hablemos con Él con confianza. Meditemos en su grandeza y en el infinito amor con que nos mira a pesar de nuestra pequeñez, a pesar de ser menos que pequeños puntitos en el inmenso universo.

Vivamos desde el espíritu, dejemos que el Espíritu Santo nos invada, oremos, leamos la Palabra, acudamos confiadamente a los sacramentos. Recuperemos la vida espiritual y, poco a poco, la paz, la confianza y la tranquilidad irán llenándonos, quitando sitio a la angustia, a las tensiones y el miedo.

Dediquemos a Dios al menos el mismo tiempo que dedicamos a ver o leer noticias, a las redes sociales, a las series; y veremos cómo nuestra visión del mundo se hace más clara, más optimista, porque sabremos que al final, la última palabra la tendrá Dios.

Hoy os invito a escuchar una canción del grupo Cordobés IXCIS, que se titula "Arraigados en ti". Dejaos llevar por ella.


Arraigados en ti,
edificados en ti, Señor,
firmes en la fe. 

Si vamos contigo
nada hay que temer.

Tú mi agua,
Tú mi Dios.
Tú mi roca.
Tú: ¡Señor!

No lo dudéis, a medida que aumentéis vuestro tiempo con Dios disminuirá vuestra preocupación y la inseguridad os irá dejando. Porque ya lo decía Jesús cuando saludaba:

¡Paz a vosotros! ¡No temáis!

Y así me quiero despedir yo también:

¡Paz a todos!, ¡no temamos!