lunes, 27 de mayo de 2019

EL SÍNDROME DE EMAÚS

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Hola a todos.

Hace unos días escuché hablar del "Síndrome de Emaús", y quiero compartirlo con vosotros, pues Madre Dolores fue acusada, en una ocasión, de padecer este síndrome que podemos hoy estar padeciendo nosotros.


Me explico:


Decía el sacerdote que llamaba "síndrome de Emaús" a lo que nos pasa cuando actuamos como los dos discípulos que, según el evangelio de Lucas, huyeron de Jerusalén cuando Jesús fue crucificado, a pesar de que "algunas mujeres" habían dicho que encontraron la tumba vacía y un ángel les había dado la buena noticia de la resurrección.


Les mueve el temor a lo que va a suceder en Jerusalén, donde seguramente tratarán a los seguidores de Jesús del mismo modo que a Él: Crucificándolos.


Y no se creen el testimonio de las mujeres (aunque sean tres, número de testigos necesarios en aquel tiempo para que fueran fiables), porque son mujeres.


Así pues, cuando huimos de la realidad que nos rodea, porque no nos gusta, porque no nos fiamos de quien nos rodea, porque tememos el futuro inmediato, o simplemente porque nos resulta incómoda, estamos padeciendo el "Síndrome de Emaús".


Cuando Madre Dolores deja de ser superiora general de la Congregación, Madre Salud y el Padre Tejero la envían a Madrid para conseguir alguna subvención y fondos para cubrir los gastos de Santa Isabel, donde se estaban edificando unas clases para el colegio, y no se podían terminar por falta constante de dinero con que pagar.


Esta circunstancia nos sitúa, con Madre Dolores, en el Madrid de 1887, más concretamente en la  casa de las Religiosas de María Inmaculada, cuya Fundadora, Santa Vicenta María López Vicuña siempre la quiso y la recibió como a una hermana. La amistad entre estas dos fundadoras fue uno de esos rayos de luz que resisten toda oscuridad.


Aquí, mientras Madre Dolores iba de puerta en puerta, de despacho en despacho, buscando una subvención o una ayuda para la "Casa de Arrepentidas" y el "Colegio Santa Isabel", parece ser que llegaron rumores de que Madre Dolores padecía eso que llamamos "Síndrome de Emaús"; es decir, a las religiosas les dijeron las "malas lenguas" que su visitante se había ido a Madrid como huyendo de su congregación, de la que ya no era Superiora.


Pero, en el caso de nuestra Fundadora no era así, sino que tanto el Padre Tejero como Madre Salud (la nueva superiora general) la enviaron por ser ella la que mejor conocía el mundo de los despachos de los políticos a quienes había que mover para conseguir algo. Además ella, por su experiencia era la que conocía a las mujeres que siempre había detrás de los políticos, y que hacían mucho con sus palabras y sus cartas en favor o en detrimento de una obra. (En nuestro caso en favor.)



Colegio de las Religiosas de María Inmaculada en Madrid.

Por eso Madre Dolores no tuvo reparo en hablar con Santa Vicenta sobre este particular, imaginamos que pidiéndole que limpiara su nombre de toda sospecha antes de que sus religiosas creyeran lo que decían las "malas lenguas".

Qué fácil es el chismorreo y el juzgar a los demás cuando estamos cómodos y seguros. Por eso el Papa Francisco dice que el chismorreo nos convierte en terroristas que lanzan la bomba, esparcen el terror y luego se van tranquilamente.

Pero no hablábamos del chismorreo, eso lo dejaremos para otro día; hablábamos del "Síndrome de Emaús".

Es verdad que Madre Dolores no lo padeció, sino que fue solamente acusada de ello. Pero a nosotros a veces nos puede pasar.

¿Cuántas veces no hemos huido de las situaciones que nos resultan incómodas?


¿Cuántas veces hemos dejado de hablar un tiempo a una persona porque ha dicho o hecho algo que me molestaba, o porque he hecho caso de algún chisme sobre ella y no me atrevo a preguntarle directamente para que me lo aclare?


¿Cuántas no hemos ido relegando tareas difíciles?, ¿cuántas no hemos dejado de corregir a nuestros hijos porque gritan muy fuerte, o porque pensamos que los de fuera van a pensar que los "maltratamos"?


¿Cuántas veces hemos huido realmente, como los de Emaús, cuando nos tocaba dar testimonio de nuestra fe y eso en la sociedad globalizada y posmoderna en que vivimos no es "políticamente correcto"?


Aquí cada uno de nosotros tendrá que buscar sus propios "¿Cuántas veces?".


A veces, y sólo a veces, lo correcto es huir, como huyó el Padre Tejero de Cádiz, antes de que le volvieran a embarcar para el exilio en noviembre de 1868.


Pero muchas otras tan solo es el "síndrome de Emaús", ese miedo a lo desconocido que nos paraliza.


Si lo pensamos bien, este es el síndrome que está afectando a la mayoría de los países desarrollados, que les hace no comprometerse a fondo con la regeneración de la capa de ozono, o con el tema de las migraciones. Temen (tememos) que si pierden su modo de vida el futuro (para ellos) será peor.


Y, es que la huida siempre deja atrás a alguien. Los de Emaús dejaron a los hermanos de Jerusalén. Los gobiernos del primer mundo dejan atrás a los habitantes de "tercera categoría". Los padres que no se atreven a corregir a sus hijos, realmente están dejándolos abandonados a su suerte sin una escala de valores con la que puedan analizar sus vidas y aprendan a tomar decisiones conociendo que TODO, absolutamente TODO lo que hacemos tiene sus consecuencias.


Así podríamos poner un ejemplo para cada una de las "¿Cuántas veces?" que hemos dicho antes, y para cada una de las que se nos ocurran.


Cuando los cristianos padecemos el síndrome de Emaús, tenemos ventaja frente a los no cristianos. En nuestro camino de huida siempre podemos, si estamos atentos, descubrir a Jesús explicándonos qué nos ha pasado, por qué nos ha pasado, y qué tenemos que hacer.


Los de Emaús descubrieron que las palabras de aquel hombre que encontraron en el camino tenían algo que les hacía sentir por dentro algo nuevo y bueno.


Nosotros tenemos la Palabra de Dios que, a diario, nos permite descubrir la presencia de Dios a nuestro lado.


Los de Emaús descubrieron que la muerte no puede ganar la batalla final, cuando vieron a Jesús partir el pan en la cena.


Nosotros tenemos la Eucaristía que nos permite participar del milagro de tener a Dios en nosotros.


Los de Emaús volvieron a la comunidad de Jerusalén, donde, con la fuerza de la Palabra y de la Eucaristía ya podían hacer frente al futuro sin miedo.


Pero los de Emaús dejaron que ese desconocido se acercara a ellos, dejaron que interviniera en su conversación y se "metiera", de algún modo, en sus vidas, cuando le invitaron a cenar.


Muchas veces nos pasa eso que dijo Jesús: "Estoy a la puerta y llamo, si alguien me abre entraré y cenaremos juntos".


¿Qué habría pasado a los de Emaús si no hubieran dejado a ese desconocido un espacio en su conversación?, ¿y si no le hubieran invitado a cenar?


Qué malo es el miedo, que muchas veces nos bloquea de tal modo que ni siquiera dejamos sitio a Jesús.


Hay una oración muy breve, tan solo de dos palabras, que nos puede servir para mucho en los momentos que suframos este "síndrome".


Es una oración tan sencilla y simple que llega directa al corazón de Dios, y abre la puerta de nuestro corazón a Jesús, para que entre a cenar con nosotros, nos explique cómo su Providencia pasa por todas nuestras dificultades y las hace resucitar; y para que parta el Pan con nosotros dándonos la fuerza necesaria para superar las adversidades por grandes que sean.


Se trata simplemente de decir: "Señor, ¡Ayúdame!".


En épocas de dificultad, de falta de motivación, de complicaciones, de enfermedad... digamos: "Señor, ¡Ayúdame!".


Y repitámoslo cuantas veces haga falta, no porque Dios no nos haya escuchado a la primera, sino porque nuestra puerta a veces tiene las bisagras tan oxidadas que nos cuesta abrirla de par en par para que el Señor pase y cene con nosotros.


Digámoslo siempre que haga falta: "Señor, ¡Ayúdame!".


Y, después, no olvidéis darle las gracias. Que es de bien nacidos ser agradecidos.


Hoy os dejo la canción "Señor a quién iremos", con letra de Paula Richard y música de Cristóbal Fones, cantada por el grupo Música Católica. Creo que merece la pena dejarse llevar por ella e invitar a cenar al Señor en nuestra casa.







Señor, a Quién iremos, si Tú eres nuestra vida. Señor, a Quién iremos, si Tú eres nuestro Amor, si Tú eres nuestro Amor. Quién como Tú conoce lo insondable de nuestro corazón. A Quién como a Ti le pesan nuestros dolores, nuestros errores. Quién podría amar como Tú nuestra carne débil, nuestro barro frágil. Señor, a Quién iremos, si Tú eres nuestra vida. Señor, a Quién iremos, si Tú eres nuestro Amor, si Tú eres nuestro Amor. Quién como Tú confía en la mecha que humea, en nuestro interior. Quién como Tú sostiene nuestra esperanza mal herida y nuestros anhelos insaciables. Quién como Tú espera nuestro Sí de amor. Señor, a Quién iremos, si Tú eres nuestra vida. Señor, a Quién iremos si Tú eres nuestro Amor, si Tú eres nuestro Amor.

Llamemos sin miedo al Señor, y dejémosle entrar y cenar con nosotros.

Que tengáis un tiempo feliz y cenéis a menudo con Jesús.