miércoles, 24 de noviembre de 2021

FELICIDAD

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Hola a todos.

No recuerdo con quién hablaba el otro día que me preguntó dónde está la felicidad, pues yo le decía que la felicidad no depende de que no haya sufrimiento. Eso, que parece tan difícil hoy, cuando la pandemia y todo el problema económico que nos ha dejado, ha provocado que salten las alarmas ante el enorme incremento de problemas mentales, de depresiones y suicidios, así como de agresiones violentas que está habiendo.

Sin entrar a analizar, pues no me corresponde ni estoy preparada para ello, cuáles son las razones y dónde está el origen, sí quisiera compartir con vosotros sobre el tema de la felicidad desde el punto de vista Filipense.

Cuando hablé con esta persona, le contesté que la felicidad está en sentirse amado; pero cuando terminó la conversación, como siempre, mi cabeza se quedó dándole vueltas al tema, llegando a la conclusión de que me había faltado una cosa: ese sentimiento de saber que en el lugar del mundo en el que Dios te ha puesto es el lugar donde puedes realizarte y ser una persona completa.

Y, es que la felicidad no depende -lo digo por propia experiencia y por muchos testimonios conocidos- de tener todo lo que deseas, ni de estar completamente sano, ni de que quienes quieres estén sanos, ni siquiera de tener eso tan valorado hoy en día como es el ser apreciado y el poder de influir en los demás.

Durante los últimos años estamos comprobando cómo la satisfacción instantánea de los deseos sólo provoca ansiedad y más deseos, que conllevan más insatisfacción en un círculo vicioso como el que pudimos ver en la película de "Prefiero paraíso" de San Felipe Neri.

No sé si lo recordaréis, es en la segunda parte de la película, están todos los jóvenes reunidos con san Felipe; y Aurelio, el sobrino del Papa, dice que va a seguir la carrera eclesiástica y pronto será obispo. Felipe le pregunta: ¿Y después? varias veces, hasta que ya no puede ser más que Papa, y cuando llegan ahí, Felipe le vuelve a decir, ¿Y después? Como Aurelio no le contesta, Felipe le dice: ¿Después Papa? Él dice un dubitativo "Tal vez sí..." Entonces Felipe sigue insistiendo... ¿Y después?, y ¿después? Aurelio se ve obligado a decir: "¡Y después nada!, Felipe, mi vida terminará."

Algo así es lo que nos pasa hoy (como ha pasado siempre), deseamos más, y satisfacemos también los deseos más pequeños de nuestros hijos. Incluso llegamos a endeudarnos por alcanzar cosas, y siempre hay un "después" que surge: Un antojo, un traje, un coche, otro coche, una casa, otra casa, un chalé, una super-casa en una urbanización, el mejor ordenador, el móvil que tiene siete cámaras, la xbox más moderna, ...y así podríamos seguir convirtiendo el ansia de infinito del ser humano en un anhelo nunca satisfecho con las ofertas de este mundo globalizado y consumista.

Por otra parte están los que nos dicen qué tenemos que hacer para conseguir la felicidad, en esas frases filo-psicológicas gratuitas que podemos ver por las redes sociales: que si la familia es importante pero yo soy más, que si hay que quererse tanto a uno mismo que la felicidad empieza por mí; que si a partir de hoy me voy a querer un poco más, que si voy a mirar a quienes miran bien y no a quienes miran mal, que si todo lo que yo quiera lo voy a conseguir...

Nos bombardean con mensajes que dicen que si los cumplimos vamos a ser más felices. 

Por un lado los mensajes del "tener" y por otro los mensajes del "yoísmo".

Y, por desgracia, ni el tener ni el "yoísmo" traen la felicidad.

Pero Dios nos ha hecho para ser felices.

¿Entonces?, ¿por qué nos cuesta tanto descubrir la felicidad?

Creo que es precisamente por eso. La felicidad hay que descubrirla, no es sólo un deseos que se pueda satisfacer, ni un "aquí estoy yo" que me haga sentir más digno, o  más importante, o más seguro.

La posibilidad de ser felices nos la da Dios a TODOS.  El problema radica en ser capaces de descubrir y aceptar que somos seres frágiles, en todos los sentidos: físicamente podemos enfermar, económicamente podemos perder, familiarmente vamos a pasar por momentos difíciles, y así un largo etcétera que terminaría por que personalmente no somos -ni podemos ser- perfectos.

Dice M. Dolores en una carta a una de las religiosas:

"Sabes cuanto y cuan bien te quiero creo que comprenderás por esto que la principal felicidad que apetezco para ti y que pediré el domingo a Nuestra dulce Madre, es que sea una gran Santa."

¡Ahí está la verdadera felicidad!, en ser santos.

Y me diréis: ¿Cómo vamos a ser santos tal como están las cosas? Ser santos es sufrimiento, es sacrificio, es incomodidad, es lo contrario a lo que concebimos como felicidad.

Entonces tendré que deciros que estáis equivocados: que ser santos no consiste en ganar campeonatos de sufrimiento, ni en "ser el tonto" que lo hace todo, ni en ser perfecto, ni en no equivocarse. ¡No, señor!

Ser santos, ser felices, consiste en descubrir en nuestra propia vida el amor de Dios, la presencia de Dios en nuestras almas. 




Dios siempre está ahí, en nuestra alma, esos veintiún gramos de los que ya hemos hablado en alguna ocasión y que van a ser lo único que quede de nosotros tras la muerte. 

Si recordáis la parábola del hijo pródigo, el hijo mayor, envidioso de su hermano, habla con su padre sobre fiestas merecidas y comportamiento perfecto. Y el padre le corrige: lo importante no es si has sido perfecto o no, lo importante es que "tú siempre estás conmigo".

Estar con Dios.

Descubrir a Dios dentro de nosotros y no separarnos nunca de Él.

Dios es el único que llena los huecos que deja la vida, las dificultades, las incomprensiones, las equivocaciones, las decepciones, la fragilidad.

Dios es lo único infinito, lo único con potencia suficiente para llenar plenamente y satisfacer a la persona, para darnos la felicidad.

Y si tenemos a Dios, seremos felices. Aunque haya penalidades, aunque el dolor, la enfermedad, la tribulación, la tentación, la soledad y todo lo que llamamos "malo" nos rodeen. 

Descubrir que nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios es la felicidad. Porque, cuando descubres que tienes LO IMPORTANTE, lo demás va perdiendo, poco a poco, importancia. Porque, cuando sabes que cuentas con Dios siempre, tu debilidad se fortalece en Él, y las debilidades de los demás se comprenden desde Él. 

Por eso no somos felices. Porque buscamos la felicidad, como diría la Biblia, en dioses de oro y plata, de metal y de barro. Yo añadiría de papel moneda y de "likes". Dioses que no pueden salvar.

Entremos en nuestras almas y descubramos a Dios allí. Y pidámosle, como en la comunión espiritual: "No permitas que jamás me separe de ti".

Entonces seremos santos. Entonces seremos felices. 

Hoy os dejo la canción "¿Quién nos separará?" de Rogelio Cabado, con el texto del apóstol San Pablo en su carta a los Romanos capítulo 8.



Seamos santos, o sea, permanezcamos con Dios, seremos felices. 









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