El pasado 26 de mayo, con la Iglesia, celebramos la festividad de San Felipe Neri, nuestro patrón.
Este año hace quinientos del nacimiento de este gran santo que vivió entre el 21 de julio de 1515 y el 26 de mayo de 1595.
Coetáneo de Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Ignacio de Loyola y otros grandes santos fue llamado "Apóstol de Roma" por su incansable trabajo pastoral de evangelización y ejemplo de vida cristiana.
Vivió muchísimas virtudes, pero entre ellas destaca su grandísima humildad. Daba importancia al ser, no al parecer. Sus biógrafos nos cuentan que:
Un día, en el acto de recreo después de la comida, se entabló conversación entre Felipe y monseñor Sauli, hombre de vasta ciencia y gran piedad, sobre un punto de teología.
Que:
De repente san Felipe se da cuenta de que traspasa los límites de su habitual reserva y que la plática toma un tono algo vivo y animado,
y que:
Al instante, retirándose suavemente del debate, con aquella delicadeza de formas y maneras habituales en él, declaró conformarse con el parecer de los allí presentes, que tenían mucho mejor estudiada la materia.
También nos cuentan que con aquellas personas a las que no conocía íntimamente, se portaba de tal manera que daba pie a juzgarlo falto de instrucción.
Cuando, en una ocasión, el papa Clemente VIII aconsejó a unos nobles polacos que le visitaran y hablaran con él, a fin de que por su propia experiencia se dieran cuenta de sus virtudes, san Felipe (no sabemos cómo), se enteró, y cuando oyó que entraban y subían la escalera que daba a su cuarto, pidió a un padre que estaba con él, que tomara una novela y se pusiera a leerlo en voz alta hasta que él le dijera que parara.
Cuando entraron los aristócratas, San Felipe, sin otras palabras o ceremonias, les rogó que aguardaran a que terminase la lectura, y mientras seguía la lectura el decía con mucha gravedad: "Ya veis que también tengo libros buenos y que nutro mi espíritu con asuntos importantes.
Y no tuvo con ellos otra clase de conversación, ni una sola palabra espiritual.
Los visitantes se miraban extrañados por lo que estaban viendo y oyendo; y, al poco rato se fueron, sin entender nada.
Una vez que se habían ido, san Felipe pidió al padre que había estado leyendo que volviera a guardar el libro, y le dijo: Hemos hecho lo que teníamos que hacer.
San Felipe Neri, obra de Pedro Duque Cornejo
(convento Santa Isabel - Sevilla)
Eso de "Ser y no parecer" es lo que pretendía siempre San Felipe.
Ser santo y no parecerlo, ser culto y no parecerlo, ser orante y no parecerlo. Porque decía que la perfección exterior sin el amor de Dios es como un árbol cargado de hojas pero sin fuerza, sin savia suficiente.
Qué distinto de nosotros, que pretendemos llevar la razón, quedar por encima del de al lado, que buscamos el reconocimiento de nuestras obras, la aprobación social.
Muchas veces hemos escuchado las palabras de Santa Teresa: Humildad es andar en verdad. Así que buscamos que reconozcan nuestra verdad, que es nuestro conocimiento, nuestra cultura, nuestra razón, nuestro "bolsillo", sin dejar lugar a que el de al lado también tiene su verdad, su conocimiento, su cultura, su razón...
Nos parece difícil conjugar el "andar en verdad" de Santa Teresa y el "ser y no parecer" de San Felipe.
¿Cómo va a ser posible?
Nos parece algo que es, como poco, complicado.
Pero es muy, muy sencillo. Preguntémonos dónde está el punto de referencia para Santa Teresa y San Felipe. Y, ¿dónde está el mío?, ¿el nuestro?
Mirado así, el asunto se va aclarando.
Para Teresa y Felipe es claro que el punto de referencia es Dios. Por tanto, "andar en verdad" es reconocer quién y cómo somos delante de Dios, comparados con Dios. Y "ser" es ser ante Dios y no ante los demás.
Por desgracia, nuestra sociedad nos ha cambiado el punto de referencia, adoctrinándonos en que lo importante es la comparación con el vecino de casa, con el compañero o compañera de trabajo. Nos han dicho miles de veces que tenemos que ser el primero de la promoción, tener mejor trabajo y ser más importante a los ojos del mundo.
Alabamos a las artistas por su apariencia, a los futbolistas por su potencia y su estado físico, a los magnates por los ceros de sus cuentas bancarias. Eso, más o menos, también pasaba en tiempos de Santa Teresa y San Felipe. Pero ellos, como los miles de mártires de los siglos XX y XXI, nos enseñan que hay que poner a Jesús (crucificado, humillado, despreciado, ...) en el centro; y sólo con Él hacer nuestras comparaciones.
Así nuestra verdad se centrará en lo importante y, sin importarnos la apariencia, seremos.
Os abraza,
El equipo de Fundadores.